Moguer (Huelva), 1948
De formación autodidacta, su primera exposición individual data de 1971, en el Banco Bilbao de Huelva, a la que siguieron más de una veintena en destacadas salas de todo el territorio nacional, como las de las galerías Altex (Madrid), Álvaro y Margarita Albarrán (Sevilla), Fernando Serrano (Moguer), Avima (Alicante) y Museo de Huelva. Su obra se ha colgado en eventos de la importancia de ARCO y Estampa (Madrid), New Art (Barcelona), Artesevilla, Salón Siglo XX (Marbella) o Luarca (Asturias), y ha ido más allá de las fronteras españolas para acercarse a exposiciones del Palacio de la Academia de Génova (Italia), Instituto Cervantes de Bruselas (Bélgica), Parlamento Europeo de Estrasburgo (Francia), Sala The Nut de Shanghái (China), Salón de la Cantv de Caracas (Venezuela), Instituto Cervantes de París y de Lisboa y Salons Aguado (Ayuntamiento de París). Su obra está repartida en colecciones privadas de Europa y América, y en colecciones públicas entre las que destacan las de la Junta de Andalucía, la Diputación de Huelva, la Colección Permanente del Museo de Huelva, la Colección Olontia, el Centro de Arte Contemporáneo de Gibraleón, la Colección Telefónica, la Fundación Cajasol y la Fundación Caja Rural del Sur.
Su pintura ha sido galardonada con numerosos premios, como el Vázquez Díaz de la Diputación de Huelva, Premio Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Sevilla, Premio Segunda Región Aérea (Sevilla), Premio Club Pineda (Sevilla). Además, tiene en su currículum los primeros premios nacionales de Ayamonte y Gibraleón, entre otros.
Por su trabajo se han interesado autores del prestigio de Antonio Manuel Campoy, Carlos Murciano, Francisco Garfias, Bernardo Romero, Jesús Velasco, Carlos Delgado y Manuel Lorente. Murciano dice de él: «Figurativo en sus inicios, recaló, luego, en una abstracción punzada de lirismo, para evolucionar de nuevo hacia un realismo semimágico. Sus paisajes y naturalezas muertas se funden –no se confunden– en planos de colores armónicos, ricos en veladuras, caleidoscópicos y sugestivos, reveladores de un claro concepto del equilibrio y el buen gusto». Campoy, por su parte, dejó escrito que eran «los ángeles malvas de su paisano Juan Ramón» los que le asistían, prestándole «su suave encanto».